La semana del 19 al 23 de mayo en La Promesa viene cargada de tensión, secretos y revelaciones, con un acontecimiento que sacude por completo la vida en el palacio: la llegada inesperada del duque, una figura imponente cuyo solo nombre genera nerviosismo en todos los rincones de la casa. Nadie parece preparado para lo que su presencia implica, y los días que siguen a su aparición están marcados por el temor, las estrategias y el caos emocional.
Desde el primer momento en que se anuncia su visita, el ambiente en La Promesa se vuelve más rígido. Las criadas corren de un lado a otro, los señores del palacio ajustan los detalles más mínimos y los rostros que normalmente transmiten seguridad, ahora se muestran visiblemente tensos. El duque no es cualquier invitado: tiene influencia, memoria afilada y un historial con la familia que aún arde bajo las apariencias educadas.
Cruz, siempre obsesionada con el control, siente que el equilibrio de su mundo se desmorona. Sabe que la visita no es simplemente una cortesía social. Hay una intención oculta, una posible amenaza escondida detrás de cada palabra y cada gesto del duque. Su reacción inmediata es doblegar a todos a su alrededor para que cada detalle salga perfecto, pero ni siquiera su voluntad de hierro es suficiente para frenar lo inevitable: el pasado está tocando la puerta, y viene con nombre y título nobiliario.
Mientras tanto, Jana percibe que algo más profundo se mueve entre las paredes. La joven, que ha desarrollado un sexto sentido para captar los cambios de humor y tensión en el ambiente, comienza a atar cabos. La reacción desmedida de Cruz, el silencio incómodo de Alonso, y las miradas entre los señores de la casa le confirman que el duque guarda secretos que pueden desatar consecuencias peligrosas. Decide investigar, aunque sabe que hacerlo podría ponerla en riesgo.
Curro y Manuel también sienten el peso de la llegada del noble. Curro, cada vez más enredado en dilemas personales, se ve obligado a mantener la compostura ante el duque, quien muestra un interés inusual en él. Manuel, por su parte, intenta mantenerse al margen, pero una conversación casual con el visitante lo lleva a dudar de muchas de las verdades que le han enseñado desde niño. La figura del duque, con su elegancia intimidante, funciona como un espejo: cada personaje se ve obligado a enfrentarse a sus propios miedos y contradicciones.